Cuatro ciudades en guerra contra los malos humos

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Qui un articolo su quattro buone pratiche urbane, da Oslo a Stoccolma, per contrastare l’inquinamento atmosferico.

DI PABLO RIVAS

131 años. Apenas un suspiro en términos de tiempo evolutivo. Un chasquido en la historia del planeta, y una revolución sin precedentes en la de los miles y miles de kilómetros cuadrados que hoy ocupan las grandes metrópolis del globo. Es el tiempo que ha transcurrido entre el 29 de enero de 1886, día en el que las calles de una ciudad –Mannheim (Alemania)– veían desfilar por primera vez un automóvil propulsado por un motor de combustión interna, y el 15 de febrero de 2017, fecha en la que la Comisión Europea (CE) enviaba su última advertencia –la enésima– a cinco Estados miembros “por la violación constante de los niveles de contaminación atmosférica”. Entre ellos, por supuesto, España; debido a los malos humos de sus dos grandes urbes: Barcelona y Madrid.

Desde que el ingenio de Karl Friedrich Benz comenzase a desplazarse a base de derivados del petróleo el ser humano se ha esforzado en remodelar y expandir sus asentamientos para adaptarlos al automóvil. Décadas de crecimiento y desarrollo industrial han hecho de nuestras urbes, hoy saturadas de hormigón y asfalto, espacios donde la polución campa a sus anchas.

Pero salgamos del gris y el negro. Algo está cambiando. El paradigma ecologista que creció desde mediados del siglo XX y las propias circunstancias han creado el caldo de cultivo para que muchas urbes se replanteen el modelo. Al fin y al cabo esto es un problema de salud pública. Cada año, más de 400.000 ciudadanos mueren prematuramente en la UE como consecuencia de la mala calidad del aire, según la propia CE –7 millones en todo el mundo en 2012, tal como afirma la Organización Mundial de la Salud–. Hoy las ciudades echan humo. Toca mojarse, y varios enclaves marcan el camino.

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