Gamonal. Antaño era un pueblecito en las cercanías de Burgos. Hoy es el nombre de un barrio que copa los titulares de la información por las fotos de guerrilla urbana y de resistencia para evitar que construyan un aparcamiento subterráneo de dos pisos debajo de un boulevard. Sin embargo Gamonal y su historia representan, en este momento, mucho más. Os contamos por qué.
Texto: Angelo Miotto
Traducción: Monica Bedana
Enfrentamientos, detenciones, heridos, decenas de personas detenidas, debate sobre la violencia y el toque de queda de la policía por las calles de Burgos. Estamos en el barrio de Gamonal, donde el Ayuntamiento, capitaneado por un alcalde del Partido Popular, la derecha post-franquista, quiere que se lleven a cabo las obras previstas para cambiar un segmento de la Calle Vitoria, para construir un aparcamiento subterráneo de dos pisos y remodelar los carriles de la carretera.
Tiempo previsto para las obras: 14 meses. Coste estimado: a partir de los 8,5 millones de euros.
Sin embargo los vecinos, los que viven en el barrio, no están conformes. Desde hace tiempo. Y desde diciembre la protesta se ha vuelto cada vez más exacerbada, hasta llegar a los últimos enfrentamientos de los últimos días con la policía.
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“Hemos decidido paralizar las obras”, sentenció ayer por la tarde el alcalde de Burgos, Javier Lacalle. Tras cinco días de presión vecinal la reforma del bulevar de la calle Vitoria, una de las arterias principales de la ciudad, queda en suspenso. “La idea era continuar, pero las obras no pueden avanzar mientras no se garantice la seguridad de las personas y de la empresa”. Por lo menos durante 15 a 20 días —“no quiero decir una fecha exacta”, precisó el regidor— las máquinas no entrarán a la zona en discordia, explicó Lacalle en un rueda de prensa convocada a toda prisa por la tarde”. Vamos a dar un paso atrás.
Para comprender mejor la historia de este conflicto, que tiene que ver con la sociedad, la arquitectura, la política y la capacidad de escuchar, hay que estudiar la historia del barrio. Gamonal, como hemos dicho, antaño era un pequeño pueblo. Fue de hecho anexo a Burgos por exigencias industriales, cuando el dictador Francisco Franco y su Gobierno golpista quisieron dar vida al Polo de Desarrollo, un departamento de desarrollo industrial que llevó miles de trabajadores a la ciudad de Burgos. De esta forma Gamonal se queda trastocado por una intervención urbanística desordenada, no programada: torres de cemento que han desarrollado una convivencia vertical dentro de una ausencia total de pensamiento funcional para la vida de sus habitantes. Un barrio pobre, popular y obrero, que hoy en día reúne 60mil de los 180mil habitantes de la ciudad, donde la crisis muerde con ferocidad y donde – merece la pena recordarlo – en las elecciones de 2011 la derecha ganó por mayoría la carrera para la alcaldía.
El rechazo hacia las obras de la Calle Vitoria no es ninguna novedad. Ya en 2005, en agosto, hubo enfrentamientos entre manifestantes y policía a causa de esa zona de la ciudad en la que se concentra el 35% de la población. Entonces se abandonó el proyecto, que sin embargo volvió por el mismo camino en los años siguientes hasta desembocar en la clamorosa protesta de estas horas.
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¿Qué es lo que turba los ánimos de los habitantes de Gamonal? Si echamos un vistazo a las infografías que inundan en estos días la prensa española, podríamos decir que el dato urbanístico es relativo. La carretera sería destrozada, escarbada, modificada en su interior para crear aparcamientos y luego venderlos a 20mil euros la plaza; luego se volvería a construir con otra disposición, que presenta sin dudas problemas de ideación, mientras que no presenta novedades sustanciales para una crear una mejor viabilidad de los servicios públicos. Y este es un tema a tener en cuenta, sin lugar a dudas.
El tema social. En la situación de crisis actual, en un país en el que el paro a lo largo de la historia siempre ha registrado tasas elevadas y con la crisis de los últimos años ha alcanzado cifras récord, esos 8,5 millones de euros para gastar en la remodelación de una carretera, aunque importante, ha vuelto a despertar la rabia soterrada de muchos habitantes. Un barrio que ha proporcionado mano de obra desde siempre y que hoy padece la contracción de la oferta de trabajo, ve en esa montaña de dinero una bofetada a las posibles intervenciones relacionadas con el Estado de Bienestar y otros proyectos dedicados a los habitantes desaventajados de la ciudad. Aun así, la política local no está dispuesta a llegar a un compromiso.
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Peligrosos enredos. El alcalde de Burgos es del Partido Popular y se llama Javier Lacalle. Elegido en 2011, mantiene una actitud muy peculiar hacia una obra pública que sacará de las arcas del Ayuntamiento 8,5 millones de euros para invertirlos en 1400 metros de calle. Hoy, entre la prensa española hay quien habla de “milla de oro”. Lacalle no escucha; en realidad es más correcto decir que no ha escuchado desde el principio la opinión de sus ciudadanos, porque simplemente no le interesa lo que opina quien vive en el barrio. Parece que le importa más lo que piensa Antonio Miguel Méndez Pozo, inventor del proyecto M.G.B. Ingeniería Y Arquitectura S.L., con asuntos penales pendientes por un caso de corrupción. El constructor es el hombre potente de la ciudad y controla gran parte de la información local: entre sus propiedades y cuotas de participación hay varios periódicos y RTV CyL, los canales de televisión y radio de Castilla y León. El Diario de Burgos, por ejemplo, pertenece al constructor, que es también presidente de la Cámara de Comercio de la ciudad y que en los años ’90 fue condenado a dos años de cárcel por falsificar documentos.
En esos mismos años, como detalla buena parte de la prensa española, el actual alcalde Lacalle, por entonces concejal de urbanismo, fue pillado con las manos en la masa: hizo un viaje a la Costa Azul totalmente financiado por el constructor. El rey del cemento era, entre otras cosas, amigo de José María Aznar, que en Castilla y León dio sus primeros pasos políticos como Presidente de la Junta; así se entiende también el mensaje que transmitió Ana Botella, mujer de Aznar y alcalde de Madrid.
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El tema político, es decir, social, tiene que ver con la ciudad que conocemos ahora y el derecho de sus habitantes a tomar parte en las decisiones relacionadas con el medio en el que viven. Un ejercicio, si queremos, de “micro-autodeterminación”. En este aspecto la historia de Gamonal contiene un potencial universal, igual que la oposición al tren de alta velocidad en el valle de Susa en Italia del norte, o al Mobile User Objective System (MUOS), el complejo sistema estadounidense de comunicaciones por satélite, en Sicilia; como las protestas francesas en contra de la construcción del aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes, cerca de Nantes.
Quien vive en un territorio quiere ser consultado y cree que tiene derecho a tomar parte en la decisión de modificar dicho territorio. Cada vez más a menudo, y especialmente en ciudades de pequeñas y medianas dimensiones, los ciudadanos son testimonios de lo que representan las prioridades de la vida cotidiana: ¿acaso significa poder escoger entre millones de euros para el amigo constructor y los 13.000 euros que no se encuentran para evitar el cierre de la guardería de Gamonal?
Otra vez nos encontramos frente a un dilema: el ámbito decisional del ciudadano no tiene que ver tan solo con la tierra en la que vive, sino también con el cómo las instituciones, que él mismo ha delegado en representarle a través del voto democrático, gastan el dinero de la colectividad. Este asunto nos llevaría desde los 1400 metros de la Calle Vitoria hasta esa parte de los presupuestos del Estado que se invierte en los Ministerios de Defensa de todo el mundo.
Por este motivo Gamonal se ha convertido en un símbolo y se está labrando un puesto como piedra de toque de muchas otras luchas y reivindicaciones que, más allá de las ideologías y las instrumentalizaciones políticas, involucran las capas básicas de la sociedad e implican una espontaneidad casi intuitiva por parte de quien vive y participa en la protesta.
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La violencia. Volvamos a Ana Botella. “Una cosa es la protesta ciudadana, que por supuesto es siempre respetable, y otra cosa es la violencia”. El análisis de esta frase nos da la clave del pensamiento dominante, de la violencia que hay detrás del uso de unas palabras que, aparentemente, son de sentido común. Vamos a ver los conceptos básicos: se trata de oponer la parte buena, es decir, quien simplemente se queja, a quien protesta y actúa.
Hay una utilización ambigua de la frase en la que admite que “la protesta es siempre respetable”. “Respetable”; que no quiere decir que haya que respetarla. La frase en sí suena, sobre todo en Gamonal, como decir “gritad todo lo que queráis que el boulevard se va a hacer igual”. ¿Cómo? A palos. En fin: la violencia es otra cosa.
Habría que discutir sobre los efectos de la violencia en términos absolutos: ¿es más violenta una acción que destroza unas maquinarias o el manto de la carretera, o son más violentas las consecuencias sobre la vida de cada ciudadano, cuando se gastan ocho millones de euros en cemento antes que en garantías sociales? Incluso los biempensantes tendrían que contar hasta diez antes de contestar.
Naiz.info: Denuncian aumento de la represión en el barrio burgalés de Gamonal
Finalmente, hay un laboratorio de represión que en las últimas horas ha convertido Gamonal, Burgos, España en algo similar a la gran Hamburgo y su zona roja, las comisarías itinerantes en los autobuses y las detenciones de la policía basadas tan solo en sospechas. Las noticias que han llegado al periódico vasco “Naiz” sobre lo que de hecho es un toque de queda, son especialmente preocupantes; con la policía a rienda suelta persiguiendo a los manifestantes hasta dentro de los portales o en sus propias casas. Un esquema consolidado: quien no está de acuerdo es un sospechoso y quien llama la atención hacia una condición de rabia, de exasperación y de reacción a una crisis de la que no es responsable, es un violento y como tal (con violencia) ha de ser reprimido.
Gamonal, espléndida y dramática metáfora de nuestros tiempos.